martes, abril 23, 2024

Hawking, Dios y el Big Bang

«Para Hawking la negación del Creador no es la conclusión, sino el punto de partida»

El científico cristiano […] sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus criaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta, aunque nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica. La revelación divina [La Biblia] no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural […]. El creyente tiene la ventaja de que sabe que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente en derredor es al fin y al cabo la obra de un ser inteligente, y que, por tanto, el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto a sabiendas de que su dificultad está relacionada con la capacidad presente y futura de la humanidad. Probablemente, al científico esto no le proporcionará nuevos recursos para su investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano optimismo sin el cual no se puede mantener durante largo tiempo en un esfuerzo sostenido. En cierto sentido, el científico prescinde de su fe en su trabajo, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica1”. Lemaître, sacerdote, matemático y padre del Big Bang

Cartel publicitario en EE.UU. donde se anuncia algo así como: “Teoría del Big Bang, me tienes que estar tomando el pelo. Firmado: Dios”

Los peores miedos de los enemigos de la idea de una creación y un Creador se vieron cumplidos cuando el Papa Pío XII acabó usando el Big Bang para argumentar la existencia de Dios en 1951 durante un discurso a la Pontificia Academia de Ciencias, donde, refiriéndose a la teoría del Big Bang afirmó:

Así, con la concreción que es característica de las pruebas físicas, [el Big Bang] ha confirmado la contingencia del universo y también la deducción bien fundamentada sobre la época cuando el mundo salió de las manos del Creador. Por consiguiente, la creación ocurrió. Nosotros decimos: por lo tanto, hay un Creador. Por lo tanto, ¡Dios existe!2”.

Al parecer, Lemaître no quedó muy conforme con ese estilo triunfalista híbrido de ciencia, filosofía y religión, e influyó para moderar el tono en posteriores intervenciones papales3. Lemaître mismo declaró en 1958 que: “Hasta donde yo puedo ver, tal teoría [la del átomo primordial] permanece completamente al margen de cualquier cuestión metafísica o religiosa4”.

Si no faltaban quienes deseaban que la teoría del Big Bang triunfase para apoyar el papel de Dios como Creador, tampoco faltaban los opositores que estaban dispuestos a buscar donde fuese para que el universo no perdiera sus atributos divinos. Abandonado el intento de Einstein por evitar la imparable expansión del universo, se propusieron nuevas soluciones. Lo más curioso es que la principal teoría rival, la teoría del Steady state (estado estacionario), defendida por Fred Hoyle, Hermann Bondi y Thomas Gold, que según ésta, el universo es infinito y está en una expansión continua y eterna, sin poseer ningún origen, suponía aceptar algo totalmente increíble: la creación continua de materia para asegurar que un universo en expansión mantuviese eternamente una densidad estacionaria. Esto era algo que nunca nadie había observado y que violaba algo tan fundamental como las leyes de conservación de la materia-energía.

Sin embargo, no era fácil poder encontrar alguna forma de someter a prueba experimental ambas teorías. Durante unas dos décadas ambas teorías se mantuvieron en un cierto empate, al menos para aquellos que estaban dispuestos a abandonar la conservación de la materia-energía. Pero, inesperadamente, todo cambió en 1965 cuando Arno Penzias y Robert Wilson descubrieron la radiación de fondo de microondas. Esta tenue radiación que está distribuida por todo el universo fue rápidamente interpretada como el lejano destello de la explosión inicial, tal y como había sido predicha por George Gamow, Ralph Alpher y Robert Hermann ya en 1948. Desde entonces la teoría del Big Bang fue ganando aceptación.

Actualmente sigue siendo la teoría mayormente aceptada por los físicos (la radiación de fondo de microondas se ha estudiado en detalle en los años 90 gracias al satélite COBE). Al igual que Nicolás Copérnico puso a la tierra en movimiento en el siglo XVI, los avances en la ciencia del siglo XX han puesto al universo entero en marcha. Curiosamente, eso no ha sido suficiente para que algunos abandonen el viejo recelo anti-religioso, y hay quienes inexplicablemente consideran como su objetivo “científico” eliminar de una vez por todas la incómoda sugerencia de que un origen tan radical pueda requerir un Creador y un Principio.

Una vez eliminada la teoría del estado estacionario, la única alternativa a un universo en expansión continua es un universo oscilante en el que la fuerza del Big Bang finalmente se debilitaría llegando a un punto en el que la fuerza de la gravedad pasaría a dominar y las masas del universo empezarían a atraerse irreversiblemente. El universo se contraería en un tremendo Big crunch o Gran crujido que reproducirían nuevamente el superátomo original que volvería a explotar en un nuevo Big Bang. Este universo oscilante que podría retrotraerse a las especulaciones de los antiguos griegos o incluso a épocas anteriores en otras culturas, es visto por muchos como una tabla de salvación para garantizar un universo eterno sin Dios. Pero hay dos problemas: el primero es que el universo no tiene suficiente materia para revertir el Big Bang (apenas el 1% de la necesaria). Esto ha alimentado una desesperada búsqueda de materia faltante, llamada Materia oscura que no habría sido posible observar todavía y cuya existencia incrementaría notablemente la masa del universo. Sin embargo, un universo oscilante tampoco garantizaría su eternidad, pues las oscilaciones se irían reduciendo progresivamente, como ya vio Richard C. Tolman en 1934, Paul C. W. Davies en 1974, y otros científicos posteriormente5.

En los últimos tiempos, un científico que parece haber heredado la reverente admiración que los medios de comunicación daban en su día a Einstein y que raramente se da a los científicos en general, es Stephen Hawking. Aparentemente, Hawking es uno de los científicos que consideran su obligación expulsar a patadas al Creador. Para ello ha defendido una forma más sofisticada que el universo oscilante para conseguir ese objetivo: suponer que el tiempo es una dimensión cerrada (al igual que el espacio en Einstein) de forma que no tenga ni principio ni final. Algo así como la longitud de una circunferencia o la superficie de una esfera, pero a nivel temporal, con lo cual Hawking confía en eliminar al Creador.

En tanto en cuanto el universo tuviera un principio, podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría ni principio ni final: simplemente sería. ¿Que lugar queda, entonces, para un creador?6”.

Es curioso que semejantes afirmaciones hayan producido material para un “best seller” en 1988, mientras que los rigurosos trabajos de Friedmann o Lemaître fueran considerados como sospechosos unas cuantas décadas antes. Si un científico cristiano expusiese una declaración de principios de ese tipo sería atacado en los medios de comunicación científicos y de masas por sus prejuicios. Si Pío XII afirmaba la existencia de Dios como consecuencia de ciertos descubrimientos científicos, sería predecible y comprensible que alguien intentase usar el mismo camino para negar al Creador a partir de otros descubrimientos científicos. Pero en Hawking la negación del Creador parece convertirse no en la conclusión, sino en el punto de partida. Esto no parece más que una pataleta desesperada ante lo que a más de uno le ha parecido una ironía, amarga, detrás de la historia que hemos contado aquí. El físico Robert Jastrow lo había descrito así diez años antes.

Se ha producido un proceso extraño en gran manera, inesperado para todos excepto los teólogos. Ellos siempre han aceptado la palabra de la Biblia: ‘En el principio Dios creó el cielo y la tierra’. […]. Para el científico que ha vivido con su fe en el poder de la razón, la historia acaba como un mal sueño. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar el punto más alto; y mientras se arrastra sobre la roca final, es saludado por una pandilla de teólogos que han estado sentados allí durante siglos7”.

Por La alquitara pensativa, escritor e investigador científico, Doctor en Ciencias y colaborador de Delirante.org

  1. Citado en Mariano Artigas, op. cit.
    2. Citado en Owen Gingerich, op. cit. Traducción propia.
    3. Véase Mariano Artigas, op. cit.
    4. Citado en Gingerich, op. cit. Traducción propia.
    5. Véase Stanley L. Jaki. The Savior of Science. Scottish Academic Press, Edinburgh, 1990, p. 104.
    6. Stephen Hawking. Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros. Crítica, Barcelona, 1988. p. 187.
    7. Robert Jastrow, God and the Astronomers. W.W. Norton, New York, 1978, pp. 115-116. Traducción propia.

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