Paso 4. Mi doctrina: ¿Es la verdadera INTERPRETACIÓN?

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Cómo leer lo más difícil de La Biblia. Paso 4 de 15

En el anterior artículo hablamos de la importancia de comprender los factores psicológicos, religiosos y sociales que condicionan nuestra interpretación de La Biblia. En esta segunda parte hablaremos de cómo el análisis de estos condicionamientos nos puede llevar a una necesaria deconstrucción de algunas doctrinas aprendidas.

Continuamos:

¿Exige la sana doctrina una interpretación siempre inflexible? ¿Qué dice La Biblia?

Si Dios hubiera querido entregarnos un manual de teología sistemática, nos lo hubiera dado. Sin duda. Quizás en 7 ó 12 tomos, supongo. Pero no lo hizo. Inspiró textos abiertos y creativos para ser leídos en comunidad ¿Significa esto que es imposible decantarse por una interpretación “verdadera” de cada asunto bíblico? No. Cada uno de nosotros seguimos a Cristo desde la luz que hemos recibido en conciencia y coherencia. (El último artículo de esta serie estará dedicado a La verdad de La Biblia). Nuestro hermano en la fe seguramente tenga filtros de interpretación diferentes a los míos, y es ahí donde entra el amor y la humildad como oportunidad para la convivencia y la edificación. Y esto es ya un propósito de la iglesia. De eso también trata La Biblia cuando nos muestra narraciones que ofrecen diferentes ángulos y posibilidades.

Tomando en cuenta la verdad bíblica de nuestra naturaleza caída sabemos que seguimos siendo imperfectos y condicionados también cuando interpretamos Las Escrituras. Al mismo tiempo La Biblia nos llaman a perseguir la sana doctrina de Dios. Así que se trata de buscar el equilibrio entre no creernos intérpretes infalibles al mismo tiempo que para cada asunto doctrinal no abrazamos un relativismo extremo que no nos vivifica y no nos sirve de guía.

Se trata de no ser fundamentalistas, ni relativistas sino cristianos realistas y de fe. Y ahí entra la búsqueda del discernimiento.

Llegados a este punto, algunos descubren en un momento dado que aquello que les enseñaron al hacerse cristianos hoy no les resulta firme ni convincente ¡Menudo shock! ¿Y qué hago entonces? ¿Abandono la fe? ¿O quizás existen otras formas más coherentes de vivir el cristianismo y La Biblia? A la respuesta afirmativa a esta última pregunta lo llamamos deconstrucción. Y de eso hablaremos ahora:

El diccionario de la RAE define el verbo deconstruir como “Deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura”. El término deconstrucción es definido como el “desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis”.

Por tanto, una auténtica deconstrucción no nos debería llevar a abandonar la fe sin antes reflexionarla. La sana deconstrucción no echa todo por la borda, sino que contempla otras posibilidades que puedan reafirmar nuestra fe más coherentemente. Y de esto hablamos.

Deconstruir para edificar consiste en identificar qué aspectos humanos de nuestras creencias actuales son cuestionables y qué puede haber de útil y verdadero en todo lo aprendido hasta ahora como cristiano. No todo se tira.

La sensación de pérdida que subyace tras descubrir que algunos de nuestros dogmas aprendidos no son tan sólidos es siempre de un impacto tremendo en nuestras vidas. Pero el alivio llega cuando comprendemos que deshacerse de ellos no tiene que ver con perder al Dios de La Biblia sino con replantearnos una mejor interpretación.

Deconstruir una fe aniñada para reconstruir una fe más real trata de nuestra liberación divina. Una deconstrucción saludable tiene que ver con el esfuerzo para deshacerse de los elementos de la imagen de lo divino construida desde las bajezas humanas como el miedo o la tentación del poder. Deconstruir para reconstruir la fe es procurar la alternativa real y saludable que confronta la decepción religiosa. Trata de sacudirse aquello que desde hace tiempo sospechábamos que no debía venir de Dios. Trata de ser verdaderamente libres del miedo a los hombres. Deconstruir trata del cómo es y del trabajar por cómo será la iglesia. Es el esfuerzo para indagar la verdad desde la compasión y la humildad que Jesús mostró como modelo de imitación y como la luz que disipa la duda.

Esto debería permitirnos seguir compartiendo lazos de amor con el hermano que no ha llegado a nuestras mismas conclusiones teológicas, si es que el otro hermano lo permite, claro.

Si nuestro acto de deconstrucción nos lleva a mirar al otro por encima del hombro es porque aún no es una auténtica construcción. Cada persona es única y lleva su propia mochila de vida. Deconstruir y construir es importante porque se trata de la esclavitud y de la liberación que viene e Dios. Va de religión ciega o libertad para ver. Trata de una alternativa saludable que confronta la decepción religiosa. Deconstruir también trata de cómo es y de trabajar por cómo será el futuro de la iglesia. Requiere esfuerzo, misericordia y humildad. Y siempre amor, que nunca terminará.

Jesús y la deconstrucción: Asomándonos detrás del velo

Es importante aclara que en este proceso de deconstrucción hay una esencia que no puede deconstruirse puesto que esa esencia es quién nos deconstruye a nosotros: La persona de Jesús. Él es el punto de referencia para toda deconstrucción y construcción. Él es la roca que sostiene todo el edificio.

Las doctrinas son importantes, sí, pero no son el camino, la verdad ni la vida.

¿Qué teología debió tener la mujer del flujo de sangre a quién, tras tocar su manto, Jesús le dice: “Ten ánimo, tú fe te ha salvado”? (Mateo 9, 22) ¿O qué creería aquella mujer respecto al comer carne sacrificada a ídolos? ¿Cuál era su posición acerca del matrimonio ilegal entre esclavos? ¿Qué teología tendría aquella señora acerca del Cielo o del Infierno? ¿Qué canon de Las Escrituras leería aquella mujer (si es que sabía leer)?

Apuesto a que ella no aprobaría ningún examen en nuestros semanarios de Biblia. Seguramente no esté siquiera capacitada para asumir las bases de fe de nuestra iglesia local. Pero no creo que nada de eso importara cuando recibió ese toque restaurador de ese Salvador que tanto buscaba.

¿Importa entonces nuestra doctrina?

Dedicar un artículo a la toma de conciencia de nuestras limitaciones como intérpretes falibles puede crear zozobra en muchos creyentes que se pregunten: ¿Acaso no podemos estar seguros entonces de las verdades de La Biblia? ¿Vale con creer en cualquier cosa? Ya hemos dicho que se trata de un equilibrio realista.

Ciertamente, hay verdades y descripción de atributos esenciales de Dios que sí son suficientemente claros en La Biblia: Su fidelidad, amor, paz, misericordia, justicia, restauración… También es claro que murió por nuestros pecados y que resucitó, o que la ley se resume en amar a Dios y al prójimo. Y muchas otras cosas. Lo fundamental para nuestro caminar diario sí está suficientemente claro en La Biblia.

Además, nuestros condicionantes y limitaciones no son tan solo algo malo como consecuencia del pecado. Son también una oportunidad para nuestro crecimiento y la convivencia en amor.

La doctrina es muy importante, sí. Y es la propia doctrina bíblica la que nos enseña que su propósito es caminar “puestos los ojos en Jesús, el autor y finalizador de la fe” (Hebreos 12, 2). Ahora todo lo filtramos desde ese Jesús que a los arrogantes estudiosos de La Biblia les dijo: “Escudriñáis Las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5, 39). En otras palabras: Toda doctrina apunta a Jesús. Se trata de su imitación y nuestro descanso en él.

Es la doctrina bíblica quien nos enseña que el origen del pecado tuvo que ver con pretender ser como Dios, con creernos que podemos saberlo todo. Es esa doctrina quien también revela que el amor es más grande que la fe, pues “ahora vemos confusamente, como por espejo; y un día veremos cara a cara. Ahora conozco sólo de forma limitada [y que] tres cosas hay que ahora permanecen: la fe, la esperanza, el amor. De todas ellas, la más grande es el amor.” (1ª Corintios 13).

No fueron los hippies sino Jesús quien primeramente afirmaría que toda La Ley (toda La Biblia) se resume en amar a Dios y al prójimo. Pues “en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13, 34-35) Danos señales… ¡Ahí tenéis la señal! Lo más grande es el amor.

Afinar nuestra doctrina, crecer como teólogos, será siempre un camino para amar más y mejor, incluyendo a quienes no interpretan todo como nosotros.

Aunque esto pueda sorprender a muchos, la tolerancia hacia la pluralidad doctrinal en las comunidades primitivas fue uno de los éxitos del crecimiento inicial del cristianismo.

Por supuesto que determinadas ideas eran rechazadas como “herejías”. Pero todo estaba a otro nivel, mucho más abierto que ahora. Muchos desconocen hoy que los avivamientos de los primeros tres siglos se dieron en una iglesia mucho más dispar teológicamente de lo que podríamos imaginar.

Creo que hoy existe un exceso de miedo a la disolución de la fe. Y esto es cierto modo es una gran falta de fe. Necesitamos recordad a cada momento que hemos sido rescatados solo por gracia y por lo que Él ya ha hecho. No podemos escapar de sus manos. Ahora es el momento de la alegría, de volver a las sendas antiguas en las que es posible una unidad en la diversidad. Volver a Dios sabiendo que nosotros no somos Dios va a merecer la pena.

En el siguiente artículo abordaremos otro tema tabú: el condicionamiento de las traducciones de La Biblia y cómo debemos afrontarlas.

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