Violencia en el Antiguo Testamento
Analizar críticamente un texto escrito hace miles de años es complicado y arriesgado. Un error común es aplicarle un juicio moral desde nuestro Occidente del siglo XXI. Así que un análisis ponderado debe esforzarse por conocer aquel contexto ideológico y cultural, la intención del autor y qué debieron entender sus coetáneos. Eso para empezar, dejando aparte cuestiones lingüísticas o de traducción.
No son instrucciones para los cristianos
El Antiguo Testamento narra la evolución de la relación de un pueblo con su Dios en una antigüedad muy, muy lejana. Es la historia de una nación teocrática que hoy no existe como tal. En contraposición, el Nuevo Testamento presenta la llegada un Reino espiritual y universal muy diferente. Es una luz progresiva que ha llegado a una comunidad sin teocracia terrenal ni ejército, sino siguiendo a un Jesús sin violencia ¡Y perdonando a los enemigos!
Cuando unos discípulos sugieren a Jesús poder realizar un envío sobrenatural de fuego para castigar a quienes los rechazaban, él los reprende diciendo: «¡No sabéis lo que estáis diciendo! Yo he venido para salvar almas, no para perderlas» (Lucas 9, 54-56). El mensaje de Cristo era sorprendentemente pacifista en unos tiempos donde la guerra y la violencia no eran tan cuestionadas. El cristianismo era mucho más retador de lo que imaginamos. (Ver más en: Cristianismo: ¿Imposición y Barbarie?). Lo paradójico de estos relatos bélicos del Antiguo Testamento es que hoy nos ofenden porque nuestra mentalidad occidental ha sido muy moldeada por el pacifismo cristiano que aboga por el poder del amor como respuesta entre seres humanos que son imagen y semejanza de Dios.
No obstante, el Antiguo Testamento no puede verse como algo antiguo que no nos dice nada sino como un rico compendio del que aprendemos muchas cosas. Aprendemos de los errores y los aciertos de aquel pueblo en su relación con Dios. Aprendemos de las consecuencias del mal y otras muchas cosas. Partimos de comprender que aquel Israel del Antiguo Testamento tuvo que sobrevivir en una cultura de guerras en la que no había aliados ni Naciones Unidas mediando en conflictos. Todo era diferente y resulta injusto aplicar a la antigüedad un juicio moral occidentalizado post-cristiano como si aquello ocurriese hoy.
La Biblia denuncia el abuso en nombre de Dios
La Biblia contiene textos descriptivos que no son prescriptivos. Los cristianos no tenemos tanto problema con las barbaridades que La Biblia muestra porque son un reflejo del mundo real sin más ¿O acaso un relato ideal estilo Disney hubiera reforzado la credibilidad de La Biblia? Más bien no.
Que La Biblia sea un libro inspirado implica que a los creyentes nos inspiran sus relatos. Que aprendemos. Y en La Biblia vemos a un Dios paciente con torpes humanos dándonos una luz cada vez más progresiva que culmina en Jesucristo. Esto no implica que debamos aplicar hoy cada frase de La Biblia sin tener en cuenta el contexto ni por qué se dijo tal o cuál cosa. La Biblia es una historia de relaciones redactada por personas inmersas en una cultura y mentalidad con problemas y situaciones muy concretas.
El erudito Cristopher J.H. Wright comenta que “hay algunos casos en el Antiguo Testamento en que la gente pensó que Dios quería algo y más tarde encontraron que estaban equivocados […] hay ejemplos en los que Dios rechaza la violencia excesiva, aun cuando el que la cometía pensaba que estaba actuando por mandato de Dios. Jehú, por ejemplo, fue ungido por Elías con la comisión de destruir la casa del apóstata Acab y Jezabel (2 Reyes 9:6-10). Convirtió el asunto en un baño de sangre y exterminó a todos los sacerdotes de Baal. Más tarde, Oseas condenó aquellas acciones (Oseas 1:4) [1]”.
Como vemos, nadie está libre de abusar del nombre de Dios tal y como queda registrado en La Biblia para nuestra advertencia. De nuevo, es mirando a Jesucristo que sabemos cuál es la verdad de su amor y perdón para poner en práctica hoy.
Culturas muy alejadas al Occidente del siglo XXI
Un ejemplo común para condenar hoy la supuesta crueldad del Dios de La Biblia es el famoso «ojo por ojo» tan popular en la antigüedad de Oriente próximo. Pero fijémonos en las diferencias entre La Biblia y sus culturas vecinas (las diferencias positivas respecto a su contexto son fundamentales para valorar La Biblia como inspirada). La pena de muerte en el Antiguo Testamento tenía un fin disuasorio. Pretendía evitar la violencia, el engaño o la traición en una cultura sin carta de Derechos Humanos. Su pretensión disuasoria fue tan grande que hay estudios que aseguran que durante siglos Israel apenas debió recurrir a la pena de muerte.
Una vez un ateo me dijo: “No creo en el Dios de La Ley del Talión” (refiriéndose al “ojo por ojo” del Antiguo Testamento). Pero su conclusión no venía de un estudio exhaustivo de esta ley sino de acercamientos superficiales y prejuiciosos, pues el ojo por ojo de los hebreos pretendía equidad y no venganza. Además (otra confusión muy extendida), los judíos nunca aplicaron literalmente la Ley del Talión porque no la entendieron así, razón por la que no había tullidos en Israel. (Puedes leer aquí en qué consistía La Ley del Talión judía). Es solo un ejemplo que evidencia cómo todos tiramos de tópicos que se retroalimentan como supuestas verdades incontestables entre quienes comparten dichos prejuicios.
Así que antes de exclamar: “¡Qué barbaridad lo que dice en La Biblia!”, debemos atender al contexto. Y quizás comenzar por preguntarnos “¿Qué otra Ley de aquel tiempo hubiera preferido yo? ¿Qué hubiera creído yo -como persona bondadosa, inteligente y amorosa- hace 3000 años?”. ¿Y si los receptores de La Biblia eran menos bárbaros que sus naciones vecinas tal y como las evidencias demuestran?
El exterminio de Canaán
Pasemos a un punto más complejo: ¿Qué pasa con las narraciones más violentas del Antiguo Testamento? ¿Qué hay del Dios que ordena guerra y exterminio? Son preguntas difíciles que podemos complementarlas con otras preguntas también difíciles: ¿Cómo podría un Dios justo no hacer nada contra seres extremadamente perversos (como algunos de los vecinos del Antiguo Israel) y seguir siendo justo y amoroso? ¿Hubiera sido la indiferencia de Dios moralmente más aceptable que acabar con estos pueblos sanguinarios? No es un asunto fácil.
Creemos que es justo que la crueldad sea juzgada
Entender el proceso de revelación como un avance progresivo tiene en cuenta que el antiguo Israel tenía normas para la guerra que enfatizaban la importancia de la justicia, la diplomacia y la proporcionalidad (Deuteronomio 20). El Israel de La Biblia no era un ¡Vivan las matanzas! que algunos pintan volcando su énfasis literalista en algunos textos y olvidando muchos otros. La Guerra para Israel era el último recurso y el llamamiento a la aniquilación total era una opción extrema reservada para la crueldad total de otros pueblos y que fue aplicada muy pocas veces a lo largo de cientos de años (como para las ciudades de Jericó y Hai en Josué 6-8). A aquellos enemigos se les daba un largo tiempo para arrepentirse y así evitar la guerra. Y los que se arrepienten no mueren y reciben misericordia (Rahab o Saúl y los amalecitas; 1 Samuel 15).
Sin olvidar que los humanos proyectaron a menudo sus propios deseos y contextos culturales imperfectos en boca de Yavé, el Dios de La Biblia no se presenta como un ser bobalicón de barba blanca al que todo le da igual. No es impasible ante quienes se recrean en la violencia, el abuso del débil, la violación de familiares o sacrificando niños a sus dioses (que era lo que sucedía en Canaán según Levítico 18). Pero tampoco es un Dios imprevisible al que nadie ve venir. Hay un énfasis en un Dios que avisa y llama previamente al arrepentimiento y al cambio para la justicia. Y a menudo tras siglos de paciencia esperando el arrepentimiento de los malhechores. Estoy seguro de que muchos que hoy critican las matanzas de La Biblia se hubieran quejado de un Dios tardo para aniquilar a los malos si les hubiera tocado vivir en tiempos del Antiguo Testamento. Hagas lo que hagas lo fácil es ser crítico con aquellos relatos.
“Tan cierto como que yo vivo —dice El Señor—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y que viva” (Ezequiel 33, 11).
¿Cómo era Canaán?
La crítica a la supuesta violencia del Dios del Antiguo Testamento suele centrarse en la conquista de Canaán por parte de Israel. Pero ¿Cómo era Canaán? Han pasado milenios y no sabemos demasiado de aquello, pero lo poco que sabemos pone los pelos de punta: Violaciones y mutilaciones de niños eran algo normal, por ejemplo.
Sobre Canaán se dijo que “La sangre era tanta que le llegaba hasta las rodillas; no, hasta el cuello. Bajo sus pies había cabezas humanas; sobre ella manos humanas volaban como langostas. Su placer por las carnicerías es bien conocido: su hígado se llenaba de risa, su corazón rebosaba de gozo [2]”. Moloc era una deidad cananea del inframundo con cabeza de toro y cuerpo humano con entrañas de fuego y en cuyos brazos estrechados se depositaba un niño para ser quemado vivo [3]. Clitarco de Alejandría informaba cómo “conforme las llamas que quemaban al niño rodeaban su cuerpo, las extremidades de encogían y su boca parecía formar una mueca como si se estuviera riendo, hasta que se encogía los suficiente para caer dentro de la marmita [4]”
A la luz de este tipo de maldades, Miroslav Volf admite como “antes pensaba que la ira no era digna de Dios. ¿No es Dios amor? […] Mi resistencia a la idea de la ira de Dios se vino abajo en la guerra de la antigua Yugoslavia, la región de donde yo vengo. Según las estimaciones, 200.000 personas fueron asesinadas y 3 millones de desplazados. Aldeas y ciudades destruidas, mi pueblo bombardeado día y noche; algunas personas fueron maltratadas más de lo que se pueda imaginar, y yo no podía imaginarme que Dios no estuviera enfadado [5]”
Los cristianos somos pacifistas. Pero nuestra cultura aborda el problema de la violencia de forma muy contradictoria: Se pone el grito en el cielo contra todo tipo de violencia, pero pedimos que el cruel abusador reciba castigo y sufrimiento por su mal. Las personas normalmente son contrarias a todo tipo de violencia hasta que el horror nos golpea de forma cruel e intencionada. Uno de los ateos que más libros contra la religión ha vendido en este siglo XXI, Cristopher Hitchen. comenta: “Es una cuestión de supervivencia. Quiero que [los yihadistas] sean extirpados. Es reconocer la necesidad de destruir al enemigo para sobrevivir. No me interesa lo que piensan. Sólo me interesa mejorar los métodos para destruirlos [6]”.
El doble juicio moral actual
¿Cómo debemos reaccionar cuando terceras personas están siendo violadas o exterminadas? ¿Basta con postear en Facebook un «¡Stop violencia!» mientras el agresor mutila? Aunque quizás no compartamos su visión violenta contra los yihadistas, el ateo Hitchens acierta al denunciar la demagogia actual de arremeter contra el cristianismo no violento: “Muchos ateos no quieren valorar la extirpación de los yihadistas. Prefieren atacar a Billy Graham (un conocido predicador cristiano) porque saben que no hay peligro [7]”.
Existen suposiciones específicas de cada cultura. Y una vez que sales de esa cultura dicha suposición ya no existe. Una cosa es opinar en Tweeter y otra que unos locos armados entre en tu casa para violar a los tuyos y luego llevárselos (situación extrema pero frecuente en la antigüedad y en zonas de guerras actuales) ¿Quizás en ese momento dejaríamos de ser tan pacifistas? Y aquí surge la pregunta: ¿Rechazamos el cristianismo por tener un libro que recoge la violencia contra la repugnante Canaán mientras pedimos acabar por la fuerza con esa guerrilla que entra en poblados africanos para mutilar las manos de los niños? Si hoy esto no es un asunto tan fácil, menos aún lo es juzgar los relatos bíblicos del Oriente próximo de hace 3000 años.
Extirpar un cáncer como mal menor
Dejando de lado las hipérboles bélicas propias de la época recogidas en La Biblia y sin entrar a valorar un posible abuso o exageración del nombre de Dios, lo que se hizo en Canaán fue considerado como la extirpación de un cáncer. Una intervención quirúrgica es algo violento, pero es mejor que dejar que se expanda y que arrase los órganos sanos. Si alguien de otro planeta aterrizara en la puerta de un quirófano (sin saber qué es eso) y únicamente observara el afilado bisturí desgarrando un cuerpo humano vivo, probablemente volvería a su planeta y contaría que los cirujanos terráqueos son sádicos y crueles. Del mismo modo, el debate sobre exterminio de Canaán o el ataque aliado contra los Nazis tuvo algo de esa violencia que evitó un mal mayor ¿Dónde estaríamos ahora si a todos estos pueblos crueles nunca se le hubiera parado los pies por la fuerza? Difícil saberlo, pero a buen seguro que se habrían dado muchos horrores que finalmente no se han producido.
¿Genocidio? ¿Xenofobia?
En el libro bíblico de Josué se dice que “Hirió, pues, Josué toda la región…sin dejar nada; todo lo que tenía vida lo mató, como Jehová Dios de Israel se lo había mandado” (10, 40). Sin embargo, esto es una forma de hablar. El mismo relato dice que no solo sí quedaron seres vivos sino que advierte a los israelitas de que «si os unís a las naciones que aún quedan entre vosotros, mezclándoos y formando matrimonios con ellas, tened por cierto que el Señor vuestro Dios no expulsará de entre vosotros a esas naciones” (Josué 23:12-13). Obviamente, a los israelitas no les estaban prohibiendo casarse con mujeres extranjeras inexistentes. Estaban vivas porque no hubo un exterminio de aquellas naciones.
El concepto “todo lo que está vivo será destruido” no es literal sino una expresión bélica retórica de la época para constatar que el asunto iba en serio. Al considerarse una guerra justa se magnificaban las hazañas. Es algo similar al lenguaje deportivo actual lleno de figuras retóricas del tipo: “el equipo de fútbol X aplastó al rival Y” o “Fulanito aniquiló a su adversario en 15 minutos de buen juego”. En el lenguaje militar toda está retórica es amplificada y así se entendía en el antiguo Oriente próximo. El concepto de genocidio es un uso moderno anacrónico que no podemos aplicar a aquellos relatos. Por entonces se veía una mera lucha por la subsistencia. O comías o te comían.
El popular ateo Richard Dawkins califica injustamente estos actos como xenofobia. Como es habitual en las críticas bíblicas de Dawkins, él ignora tanto los patrones del mundo antiguo como la exégesis bíblicas. Desconoce que La Biblia está llena de historias de extranjeros que desearon ser parte de Israel y que fueron acogidos. Ruth, Rahab… son ejemplos de ello. La acogida del extranjero era obligatoria en La Ley de Moisés, unas instrucciones a favor de lo que hoy llamaríamos refugiados. El punto de la prohibición era no mezclarse con la cultura de valores sangrientos de los dioses paganos. Por no hablar de las historias bíblicas de pueblos extranjeros como la asiria Nínive que van por su cuenta y que sin embargo reciben el favor de Dios.
No es correcto tampoco hablar de guerras de religión porque los antiguos hebreos -a diferencia de otros pueblos- combatían por su supervivencia, no por su religión. No había una pretensión, como en otras religiones, de extenderse universalmente aniquilando dioses ajenos por la fuerza. Dios se presentaba como quien peleaba por su pueblo, no al revés. No obstante, ya sabemos que «la religión» siempre ha sido una escusa para dar rienda suelta a los instintos humanos más bajos. Pero el problema no es de religión o ausencia de ella sino de la maldad y codicia de los seres humanos. Los horrores del siglo XX han sido los que más muertos se han llevado de toda la historia de la humanidad y se han producido sin religión.
Niños fallecidos
En cuanto a la espantosa muerte de niños en Canaán durante la guerra -algo normal en la antigüedad- es sin duda un hecho atroz. Pero ¿Cómo pudo ocurrir esto con Dios detrás? No tenemos una respuesta clara. Ya hemos dicho que el relato usa hipérboles militares típicas y que es posible que los niños no fuesen realmente aniquilados. Pero también debemos entender que en aquel contexto no existía la libertad individual que hoy tenemos en Occidente. Es decir: Un niño nacido en Canaán no sería de mayor lo que él quiera ser (abogado, deportista, director de una ONG…), tal y como hoy decimos. En aquel tiempo, todos los niños de Canaán se convertirán en adultos que arrasarán culturas, hombres, mujeres y que sacrificarán a niños propios y ajenos. Eso llevaba ocurriendo por décadas, y los niños reproducían y hasta superaban la crueldad sus padres. Así que supongo que si fuésemos vecinos de la antigua Canaán la decisión no sería tan fácil como decir: «¡No hagamos nada! ¡Qué horror sería eliminarlos!«. Sin embargo, no estamos argumentando que ante un caso extremo actual deberíamos plantearnos la posibilidad de una guerra total. No. Gracias a Dios, hoy existen otros marcos legales y formas más civilizadas de afrontar los conflictos que deben agotarse por la vía diplomática. Simplemente estamos tratando de comprender el porqué de uno de los pasajes más difíciles de una Biblia que sobre todo está inundada de pasajes que nos hablan de la misericordia, el amor, la paz, etc. Incluyendo numerosos textos del Antiguo Testamento que insisten en buscar la paz con las naciones vecinas o leyes que obligaban a acoger a refugiados y extranjeros.
Finalmente (nos salimos un poco del tema), cuando un niño muere, ateos y creyentes compartimos el dolor y la impotencia más profunda. Pero desde la esperanza cristiana, los niños no estarán separados eternamente de Dios. Ni siquiera los de Canaán. El cristianismo tiene una respuesta esperanzadora que creemos verdadera en cuanto a la fe en una vida plena más allá de esta vida. El ateísmo, sin embargo, no ofrece ninguna esperanza.
Una revelación progresiva
Pero no nos quedemos en la vieja historia de Canaán. Aquellas guerras ocurren en un marco muy limitado del tiempo. Después de Josué, casi al comienzo de la historia de Israel, las batallas ejercidas por El pueblo de Dios son siempre defensivas. Detalle importante. Israel avanza en una actitud menos beligerante a pesar de seguir recibiendo ataques e invasiones. Jerusalén fue destruida y los judíos fueron deportados setenta años en Babilonia. Así que lo que vemos a partir de estos controvertidos relatos de Canaán es un avance progresivo: La Biblia nos muestra que Israel dejó esto atrás y que no volvió a reproducir este tipo de invasiones.
El teólogo Juan Stam afirma que «la revelación divina es un largo proceso pedagógico. Dios ni revela todo de una vez, ni corrige todo de un solo golpe. En ese proceso, la inspiración del Espíritu Santo no anula lo humano de los autores, no los hace omniscientes ni les coloca encima de sus propias culturas. Dios, en su paciencia pedagógica, «pasaba por alto» muchos pecados y muchos errores durante muchos siglos (Romanos 3:25) para después revelar con más plenitud su verdad y su voluntad […] Existe un problema hermenéutico en la diferencia radical entre la mentalidad antigua y la nuestra. […] Queremos saber si la guerra es siempre prohibida bíblicamente, o bajo cuáles circunstancias se permite. Interpretamos el texto en categorías modernas de pacifismo o de guerra justa. Pero los lectores originales no se hubieran preguntado si el texto confirmaba uno tras otro de tantos principios generales, sino que lo hubieran leído como la historia de su propio pasado en que reconocen que Yahvéh (con o sin violencia) ha salvado a su pueblo. Las preguntas que presuponemos nosotros acentúan las aparentes contradicciones éticas […] y en comparación con otras sociedades, se notan los esfuerzos del pueblo hebreo de humanizar la guerra […] Las Escrituras, incluso todos estos pasajes sobre la violencia, utilizan una variedad de géneros literarios, no sólo el género histórico […] Es muy importante tomar esto en consideración cuando estos relatos ponen a Dios a hablar y a mandar acciones violentas. Obviamente esto es una expresión simbólica por la convicción de que determinada conducta era la voluntad de Dios […] Estos relatos deben entenderse como «historia» (como ellos la entendían) con un sentido teológico. Expresaban (entre muchos aspectos) el grave peligro que representaban los pueblos cananeos, y la robusta convicción de la soberanía de Dios en la vida de su pueblo [8]«.
Se fue forjando una mentalidad cada vez menos bélica hasta llegar a Jesús como ideal. Nuestro pacifismo actual está muy vinculado a esta herencia cristiana. La revelación en La Biblia es cronológicamente progresiva en medio de una cultura humana caída (defectuosa) que es «soportada» por Dios y tenida en cuenta en el proceso gradual de relación entre Dios y los humanos culminando en Cristo. Para el cristiano, hoy la guerra debe ser a toda costa evitable.
Jesús, refiriéndose a ordenanzas del Antiguo Testamento afirma varias veces “oísteis que fue dicho, pero yo os digo”, siendo algunas de estas apelaciones para corregirlo y señalar a la verdadera luz que estos relatos apuntaban de forma velada. El apóstol Pablo calificó aquellas indicaciones como “sombras de aquello que había de venir” (Co. 2, 9-17), una ausencia de luz que también destacaría el autor del libro de Hebreos cuando afirmó que “La ley de Moisés era sólo una sombra de aquello bueno que vendría, pero no era la realidad auténtica de las cosas” (Hb 10, 1) ¡Wow! ¿Hemos leído bien?: Aquella ley antigua no era la realidad auténtica ni verdadera luz. Y Dios es justo lo contrario a esto. Él es verdadera luz y la imagen real del Dios invisible (Co. 1, 5).
Por todo esto los cristianos no deberíamos sentirnos incómodos con algunos relatos del Antiguo Testamento. No estamos llamados a justificarlos en cada detalle porque aunque Dios no cambia, sí lo han hecho los humanos y su visión de Dios hasta que ha llegado Jesús. Para los cristianos “toda la Escritura (del Antiguo Testamento) es inspirada, porque nos es útil para corregir y para educar para que el creyente esté capacitado para hacer toda clase de bien” (2ª Timoteo 3, 16-17 TLA). Y de eso trata este artículo. De aprender, corregir y abundar en buenas acciones a la luz de Jesús. Y por eso creemos en la inspiración de aquellos escritos.
Finalmente será Dios quien pida cuentas a los Israelitas y canaanitas ¿Hicieron lo correcto para evitar males mayores? ¿Abusaron del nombre de Dios al ejercer la guerra? Lo cierto es que ese no es ya nuestro problema. Todos tendremos que dar cuentas a un Dios de amor y paz según las circunstancias, entendimiento y revelación que cada uno tengamos.
Las historias más escabrosas de la Biblia exponen con naturalidad la naturaleza humana caída, nuestra maldad y contracciones. Somos el barro con el que Dios hará su obra por pura gracia. Como se lee a la entrada de las Naciones Unidas en Nueva York:
“Dios juzgará a las naciones y pueblos lejanos, y ellos convertirán sus espadas en arados. Nunca más nación alguna volverá a pelear contra otra, ni se entrenará para la guerra” (Isaías 2, 4). Amén.
Delirante.org
[1] Cristopher J. H. Wright. El Dios que no entiendo, Vida, p. 90, 2010, prólogo de John Stott
[2] William Albright, Archaeology and the Religion of Israel (Johns Hopkins, 1968), p. 77
[3] Shelby Brown, Late Carthaginian Child Sacrifice and Sacrificial Monuments in Their Mediterranean Context (Sheffield, England: Sheffield Academic, 1991), p. 14
[4] Kleitarchos, Scholia on Plato’s Republic 337A as quoted in Day, p. 87
[5] Volf, Miroslav, Free of Charge: Giving and Forgiving in a Culture Stripped of Grace (Zondervan, 2006), pp. 138-38
[6] Documental The Four Horsemen (Los cuatro jinetes). Organizado por RDFRS, grabado por Josh Timonen. 30/04/2007. Un diálogo entre los cuatros ateos más influentes del siglo XXI: Richard Dawkins, Daniel Dennett, Cristopher Hitchens y Sam Harris. https://www.youtube.com/watch?v=tS_MT79m4Vw 1 h. 10´01”
[7] The Four Horsemen (Los cuatro jinetes). 1 h. 10´18
[8] http://protestantedigital.com/magacin/41784/Como_interpretar_la_violencia_en_el_AT>
Un artículo que merece mi más enorme felicitación. Ha sido muy complicado encontrar en la red un artículo razonable y bien armado frente a tanto «intérprete» de la Biblia de pacotilla.
¡Gracias Rafa!